miércoles, 26 de enero de 2011

A dos metros bajo tierra (dirección Downtown)

Nueva York es una ciudad vieja, que no antigua. Su principal reliquia parece ser un metro que debe tener aproximadamente un par de cientos de años. De hecho, y hasta ahora, el metro es una de las cosas que más me fascinan de esta ciudad: puedes ir de Norte a Sur pero difícilmente de Este a Oeste. Vamos, mucha ingeniería pero resulta que franquear Central Park bajo tierra es de ciencia ficción. Así que eso, que si quieres arroz Catalina.

El sistema de billete-ticket tampoco destaca por su trasgresión y modernidad. Vas con unas tarjetitas que hay que deslizar a lo crédit card para entrar y que, lo cierto, raramente funcionan (y eso que el viaje es a 2,35 dólares). Asi que lo mas normal es quedarse con cara de tonta pasando la tarjeta una y otra vez, mientras la gente se amontona a tu alrededor y empieza a hacer tapon. Momento en el que solo quieres convertirte en avestruz y meter la cabeza, aunque lo de que tenga que ser bajo tierra te empieza a dar por...

Lo último en novedades de transporte subterraneo: mira bien antes de entrar, es una trampa mortal. Antes de bajar y creer confiado que abajo puedes guiarte o coger la dirección correcta, detente! Una vez en el laberinto no podrás cruzar al otro lado. Antes de descender a los infiernos, comprueba si esa parada de la línea de metro en cuestión va dirección Uptown o Downtown o similar, y si no, vuelve a pagar tus 2,35 dólares de pringado.

Mas cosas raras que pasan en el metro… el conductor de los larguísimos trenes va justo en un vagón en el medio, aun no he conseguido averiguar porque, ni como es capaz de tener un campo de visión desde ahí en medio. Vamos, que no creo que los espejos retrovisores del metro neoyorquino sean de tan largo alcance.

Además, gracias al ‘subway’ la ciudad parece un balneario natural lleno de geiser (que por cierto, el mas alto del mundo parece estar en Yellowstone, igual están conectados) Pues eso, NY es una fuente termal en si misma y yo me vengo sin saberlo. Por todas las alcantarillas, rejillas y demás conductos subterráneos emanan chorros de vapor blanco. Esta bien, porque, así, desconecto a ratos, los rascacielos se convierten en montañas y me encuentro de repente en un lugar lejano de esta jungla.