Washington es una pequeña ciudad, además de un Estado en si misma. Nada más llegar me asombró que eso fuera 'la capital del mundo' o, al menos, la capital del imperio actual. La gente en D.C no va correteando con el café en la mano, no te empujan, se apartan, te ceden el paso. Los callejones de esta ciudad no huelen mal, las aceras están impolutas y en el metro no está permitido ni comer ni beber, es más, el transporte público subterráneo tiene hasta moqueta. En el District of Columbia (D.C) no se ven ratas por las calle ni montañas de basura a la puerta de los hoteles de cinco estrellas como ocurre en Nueva York. Washington es el paraíso de los funcionarios, parece estar hecho a la medida para ellos. Una ciudad artificial creada de la nada para albergar las competencias administrativas de EE.UU.
Fuimos para allí a trabajar en la Fancy Food, una de las principales ferias del sector de la alimentación y de la que Moncho y yo sacamos una importante tajada en quesos, aceites, conservas e incluso horchata y quicos (ya que robamos, robamos bien).
Llegamos un viernes, cenamos en Dupond Circle y después nos dirigimos a una fiesta en una de las amplias zonas residenciales de los alrededores (Gracias Miguel y Ane!) barrios de casas ajardinadas de paredes consistentes (las de Nueva York no pasarían ni la prueba del cuento de los tres cerditos). La gente encantadora, el ambiente genial, muchas risas, muy buen rollo, muy social, buena onda. De nuevo, choque con mi referente neoyorquino de los seres individualistas que se mueven a lo alienígena.
No me dio tiempo a hacer mucho turismo, el expolio de comida me llevó más de lo esperado. Me hizo ilusión cruzarme en la feria con mis antiguos compañeros becarios IVEX ya uniformados con sus trajes de personas mayores mientras que Conchi y yo seguíamos trotando como siempre. (Por cierto gracias a Conchi y a Pedro!! por su sesión turística explicativa).
Lo más destacable de D.C, a falta de acudir a Georgetown, son los grandes edificios conmemorativos, (esto es básicamente, grandes santuarios dedicados a expresidentes del país). La megalomanía es la religión de la capital. Bloques gigantescos, mármoles, estatuas, construcciones conmemorativas, grandes obras, gigantes estatuas… una obsesión que recuerda a las grandes obras públicas dedicadas a la exaltación popular de los países comunistas durante la guerra fría.
El National Mall, es una gran explanada al aire libre, y también un parque nacional, rodeado de jardines y de memorials. En uno de sus extremos se encuentra el Capitolio (recordemos esa obra de arte llamada Independence Day) y, en la otra, el Lincoln Memorial y justo en el medio de la gran explanada, el pertinente a Washington ese hombre con nombre de ciudad, o al revés, quien sabe. Imaginémonos una ciudad llamada 'García' o 'Pérez', pues eso. Paseando por allí me imaginaba un Zapatero Memorial en medio del Paseo del Prado de Madrid o una peregrinación de turistas venidos de las cuatro esquinas de España a rendir pleitesía al Suárez Memorial, bien grande, sentado en su trono, rodeado de las consignas de UCD en mármol. Recuerdo que cruce la mirada con Moncho y los dos susurramos un “no entiendo nada”.
Washington me gustó, quiero volver, sobre todo porque con tanta comida (increíble cenar en el Fogo de Chao y la cantidad de quesos que me llevé de la feria) y tanto memorial me faltó poder disfrutar de la fantástica oferta museística que tiene la ciudad y, en especial, del Museo Nacional del Aire y del Espacio de EE.UU. Visita obligada.
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