miércoles, 20 de julio de 2011

Simplemente Ana


Ana es un personaje entrañable. No logro imaginarme que haya alguien a la que le pueda resultar indiferente o a la que le pueda caer mal. Es absoluta, es arrolladora, es fuerte y es muy tierna. A Ana le encanta llamar la atención, ponerse modelos imposibles que no dejan escapar nada a la imaginación. A muchas les molesta esa rotundidad, esa seguridad en si misma, yo la aplaudo. A Ana le encanta hablar de ella, de sus cosas, es extrovertida, charlatana y, aunque en ocasiones resulta difícil entrar en su conversación, hacer que se escuche tu voz, mantener el hilo de la historia, Ana siempre me ha escuchado y, sobre todo, siempre me ha aconsejado. El pasado fin de semana fue el último de Ana en NY. Con ella se va la exageración, la honestidad y la espontaneidad de la gran manzana. Con ella se va mi gran amistad de esta ciudad.

La primera vez que la conocí me estaba metiendo canapés a punta pala en un evento de su escuela de negocios. Debió pensar que era una obsesa de la comida e hizo bien porque como se pudo ver con el tiempo, fui fiel competidora de la murciana en lo referente a saque gastronómico.

La familia de Las Heras, tan presente en toda mi estancia internacional, primero en India y luego en Nueva York. Debo confesar que al principio pensé que Ana era demasiado diferente a mí. Demasiada brillantina, música bachatera, rollo latino, posible refregón, discoteca, coches, y todo ese universo que siempre me había sido tan ajeno, es más, que siempre había rechazado por estar fuera de mi onda, demasiado mundana para una tribu urbana tan tipificada, por otra parte. Nada más lejos de la realidad.

Ana es un espejo, sin fisuras, lo que ves es lo que hay. No sabe mentir aunque tal vez si aparentar, hace bien, que una tiene que venderse. Esa frescura, esa espontaneidad, y esa sinceridad se le escapan de los poros de su piel, es lo mejor de ella. Le hace buena persona.

Ana es una niña de papá, mimada y consentida, que quiere cosas fáciles, que quiere pillar atajos. A diferencia de la mayoría de señoritos de familia bien, Ana cosecha simpatías, reconoce abiertamente lo que es. Una fashionista extravagante, quizá con un gusto muy particular, muy Versace minimalista, como diría ella misma, que exagera cuando habla sobre si misma y que es capaz de vestir enteramente del Chinatown complementada con gafas de Oscar de la Renta. Ana es única, precisamente, por tener un Audi comprado por su padre y por haberse ido, al mismo tiempo, a Londres a vivir las penurias de trabajar de camarera con una mano delante y una mano detrás.

El último fin de semana de Ana en Nueva York fue uno de los mejores de los que he vivido aquí. Fue completo. El viernes comenzó con un picnic en un parque mientras veíamos todos tumbados sobre una sábana una película de la que no recuerdo ni el nombre. El sábado siguió con jornada playera en Freeport, Jones Beach, y culminó el domingo con una Boat Party de seis horas, embarcados alrededor de Manhattan.

Ana es de Murcia, destila playa y cachondeo made in La Manga, se pone nerviosa cuando se habla de Calzedonia, le encanta conducir y bailar salsa. Ana es valiente y decidida aunque vulnerable e insegura. Ana es la caricatura del sexo femenino, hay algo de cada una de nosotras que se refleja en ella, por eso es inolvidable y por eso la echare tantísimo de menos.

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