Miami es un país en pequeño. Un universo en un Estado. Lugar de encuentro y de paso de medio mundo, tanto latino como menos latino. Otra California. Pero, sobre todo, Miami es cubano. En ningún lugar como en la ciudad más poblada de la Florida se puede sentir el laberinto exterior. Es la ciudad más joven de EE.UU. El cuarto núcleo urbanístico de USA gracias a las continuas corrientes migratorias venidas de Cuba. Es, además, la ciudad con mayor población inmigrante de todo el país. El 60% de los habitantes del ‘pasadizo a latinoamerica’ es de origen hispano.
La archiconocida Miami Beach fue nuestro destino. Coches de lujo, en su mayoría Ferraris, se entremezclaban con luces de neón de aspecto decadente. Poca clase. Mucho aparentar. Uno de los souvenirs mas típicos son las camisetas de I’m in Miami Bitch. Pues eso: fiesta, siesta, playa. Eso si, Miami, contra todo pronóstico, me hizo revivir mis días infantiles de playa. El apartamento de Miguel, en primera línea, me recordaba a mis consabidos veranos alicantinos. Comíamos a las 4, después de una larga jornada playera. Hacíamos siestas de 3 horas. No había prisas, solo brisa del mar.
Miami Beach. Mucha crema. Mucho short. Bikinis minúsculos. Ningún topless. Cero tangas. Algo de la doble moral americana se respira en el ambiente. Uno no sabe muy bien si está inmerso en un viaje del imserso o si se va a encontrar de pronto con un grupo de adolescentes en busca de alcohol y polvos gratis. Extremos. La comunidad de vecinos se escandaliza si subes sin pantalones o camiseta a casa pero por la ciudad se pasea con bikini.
A la hora de salir, me tuve que disfrazar con unos pantalones cortísimos prestados. Unas plataformas de diez centímetros. Mucho maquillaje y una camiseta ajustada. El día anterior me habían dicho que iba de estrecha por ir con un vestido largo sin mangas. Me sentía como la reportera de 21 días infiltrándome en la jauría miamibitchera.
Lo cierto es que no hice mucho turismo, no quise esforzarme, llegué por la playa, me quede por el mar. En Miami cumplí una de mis grandes ilusiones, bucear. Más de dos tercios del planeta se encuentra bajo el agua. Yo tuve la oportunidad de ver una pequeña ventana a este mundo acuático en mis cuatro inmersiones en Key Biscayne, donde me saqué mi certificación Open Water Diver. Nadé entre langostas, peces, corales y arrecifes. Vi peces gigantes, otros chiquititos de colores. Bucear me relajó como nada lo habia hecho hasta entonces. Me encantó.
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