jueves, 7 de julio de 2011

Miami, Benidorm en EE.UU.

Sunshine State. Florida. Miami. Cubanos. Reggaeton. Silicona. Tercera edad. Lo primero que vi de Miami me recordó en algo a la costa levantina. Grandes bloques de edificios. Poca clase. Mucho aparentar. Cochazos mezclados con tiendas de souvenirs del todo a cien. Shorts cortísimos. Tetas gigantes. Hasta los maniquís habían pasado por quirófano . Por cierto, hay una filia sexual (la Pigmaliomanía) que tienen aquellos que pueden establecer “una relación” con una figura humana ya sea muñeco, escultura, maniquí. Welcome to Miami Vice.

Miami es un país en pequeño. Un universo en un Estado. Lugar de encuentro y de paso de medio mundo, tanto latino como menos latino. Otra California. Pero, sobre todo, Miami es cubano. En ningún lugar como en la ciudad más poblada de la Florida se puede sentir el laberinto exterior. Es la ciudad más joven de EE.UU. El cuarto núcleo urbanístico de USA gracias a las continuas corrientes migratorias venidas de Cuba. Es, además, la ciudad con mayor población inmigrante de todo el país. El 60% de los habitantes del ‘pasadizo a latinoamerica’ es de origen hispano.

La archiconocida Miami Beach fue nuestro destino. Coches de lujo, en su mayoría Ferraris, se entremezclaban con luces de neón de aspecto decadente. Poca clase. Mucho aparentar. Uno de los souvenirs mas típicos son las camisetas de I’m in Miami Bitch. Pues eso: fiesta, siesta, playa. Eso si, Miami, contra todo pronóstico, me hizo revivir mis días infantiles de playa. El apartamento de Miguel, en primera línea, me recordaba a mis consabidos veranos alicantinos. Comíamos a las 4, después de una larga jornada playera. Hacíamos siestas de 3 horas. No había prisas, solo brisa del mar.

Miami Beach. Mucha crema. Mucho short. Bikinis minúsculos. Ningún topless. Cero tangas. Algo de la doble moral americana se respira en el ambiente. Uno no sabe muy bien si está inmerso en un viaje del imserso o si se va a encontrar de pronto con un grupo de adolescentes en busca de alcohol y polvos gratis. Extremos. La comunidad de vecinos se escandaliza si subes sin pantalones o camiseta a casa pero por la ciudad se pasea con bikini.

A la hora de salir, me tuve que disfrazar con unos pantalones cortísimos prestados. Unas plataformas de diez centímetros. Mucho maquillaje y una camiseta ajustada. El día anterior me habían dicho que iba de estrecha por ir con un vestido largo sin mangas. Me sentía como la reportera de 21 días infiltrándome en la jauría miamibitchera. Al final, no estuvo tan mal. Gente amable, mucho sol, enorme el mar.

Lo cierto es que no hice mucho turismo, no quise esforzarme, llegué por la playa, me quede por el mar. En Miami cumplí una de mis grandes ilusiones, bucear. Más de dos tercios del planeta se encuentra bajo el agua. Yo tuve la oportunidad de ver una pequeña ventana a este mundo acuático en mis cuatro inmersiones en Key Biscayne, donde me saqué mi certificación Open Water Diver. Nadé entre langostas, peces, corales y arrecifes. Vi peces gigantes, otros chiquititos de colores. Bucear me relajó como nada lo habia hecho hasta entonces. Me encantó.

En la barrera conocida como Miami Beach destaca el largo paseo marítimo conocido como Ocean Drive, donde está el barrio Art Decó con sus ‘elegante(x)’ discotecas. También la bonita zona de South Point con sus vistas a la ciudad y la bahía. Miami, con sus 'everglades' y cocodrilos, sus cayos y su rica vida submarina, y con el mayor puerto de cruceros del mundo. Vicio casposo e islas de acceso restringido para millonarios como la Fisher Island. Famoseo, desde Gianni Versace a Jennifer López. Desenfreno heterosexual y homosexual, ya que Miami figura entre el top ten de destinos para el turismo gay de EE.UU. Miami, hogar de un creciente número de comunidades judías ortodoxas. Memorial al holocausto incluido. Miami, título de canciones y de películas, parte del imaginario popular de todo occidental que se precie pero, ¿¿por quééééé??

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